Sheila
Algarra
Sociedad sobreinformada en tiempos de
exceso de datos, amantes de las evidencias y sin espacio para los matices. Capaces de volar a cualquier parte e instante
y sin tiempo para contemplar. Estar y no encontrar, mirar y no observar.
Generaciones educadas bajo la certeza
de la recompensa cortoplacista que hoy no existe. Viviendo constantemente entre
el debo y el quiero, entre el valgo y el puedo. Ansiando el olvido del qué
queremos. No hay tiempo para la meditación y mucho menos para cambiar de
opinión. Significaría perder tiempo.
Por supuesto, hay gente que no. Hay
personas que siempre lo tienen todo claro. Esta incertidumbre no forma parte de
sus planes. A mí me fascinan. Tienen la visión de negocio perfectamente
adaptada a sus aptitudes más personales. Ellos conviven permanentemente con la
razón y la suerte. Todos los astros se alinean en sus nacimientos para que estos
seres vivan haciendo lo que les gusta y que, además, esté bien valorado social
y económicamente. Nunca han tenido dilemas morales. Encantados de la vida y la
vida con ellos pueden dejar de leer.
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Me dirijo a los indecisos. Los que
viven en tiempos de grandes certezas y ellos no tienen ninguna. Los que un día decidieron
apostar por la vocación y a la semana por la seguridad. Los que se quieren
mojar, pero miran si el agua está seca.
Y no, no es culpa de ellos, esta
sociedad acaba con los sueños, asfixia la esperanza y se limpia con el
esfuerzo. Conduce a sus inquilinos a la ansiedad y estos, al luchar por evitarla,
acaban olvidando sus metas. Y lo peor de todo es que nos han engañado.
No hay carreras sin salidas ni
formaciones con premios. Llegó la crisis de las certezas. Se inyecta la
sustancia drogodependiente de la incertidumbre y que, aunque casi nunca lo
vemos, puede ser sinónimo de oportunidad.
No podemos seguir pensando bajo la
lógica causa-efecto en la que se vivió en unos tiempos que ni si quiera
nosotros hemos visto. Este futuro incierto igual viene plagado de robots que
sustituyen a la mayoría de nosotros y todo cambia. Igual solo sobrevive el que
luchó por ser diferente y miró más allá de la seguridad.
Sí, todos vemos ese futuro muy lejano y
creemos que los trabajos que pueden cubrir los robots son muy limitados e
inválidos para los que requieren trato con el público. Pero igual no somos
conscientes de su alcance; según la Organización Internacional del Trabajo,
entre el 47% y el 80% de los trabajos son potencialmente realizables por
robots. ¿Podrías afirmar sin dudar que el tuyo es completamente insustituible?
Además, esto no es cosa de ese futuro
lejano. En una fábrica china han sustituido al 90% del personal por
robots, y la producción ha crecido un 250%. Y esto no llega con el 2017, ya en 2015
una fábrica china también sustituyó a 600 empleados por 60 robots, … Y así
muchos ejemplos de cómo esto es ya una realidad.
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Aceptemos la duda. Somos incertidumbre,
y hasta que no lo admitamos, no distinguiremos su abanico de posibilidades. Si
fuéramos certezas, ¿cuál sería el misterio? La obsesión por la seguridad educa
paradójicamente en la inseguridad. Ofuscarse con lo previsible, con la
indagación eterna y absurda de la comodidad, es la ansiedad más agónica.