Sheila
Algarra
El capítulo
de Black Mirror llamado Be Right Back, representa un futuro marcado por
la huella que dejamos tras la participación en las redes sociales como Twitter
y en nuestra privacidad como la del correo electrónico. En este mundo, nuestros datos son
aprovechados por alguna empresa que recurre a un
software que extrae todos los datos que las personas han dejado en la red para establecer un programa que
reproduce sus identificaciones y comportamientos.
En este capítulo, vemos como una
chica pierde a su novio en un accidente y acude a una aplicación que le
permite tenebrosas acciones como escuchar la voz o lograr una réplica
casi exacta a la del fallecido. Este hipotético futuro, un tanto macabro, no
dista tanto de la realidad en la que
ya todos formamos parte. Un
ejemplo son las condiciones de uso de los Smart
TV de Samsung que tienen una
cláusula que advierte al usuario de proteger sus conversaciones frente a sus
dispositivos, ya que este podría
oír y guardar las conversaciones, con la posibilidad de cederlas a terceros. Hasta
ahora hemos sabido que nuestra privacidad ha sido comprada y vendida, en
ocasiones, por empresas para conocer muy bien los gustos y las tendencias de
los consumidores y así saber qué vendernos, pero no somos conscientes de las
repercusiones tremendas que esto puedo tener.
Nos venden productos y servicios como gratuitos y ni si quiera nos planteamos el por qué. Es una mentira encubierta, en el momento que regalamos nuestros datos, nosotros somos el negocio. Vivimos en la era de la información y nos creemos que no van a traficar con eso, pero casualmente empresas como Google se convierten en millonarias, ¿no eran gratis? Facebook compró WhatsApp por 16 millones de dólares, si fuera gratis, estarían cometiendo una locura. En un documental de “La noche temática” llamado Traficantes de armas digitales, viajan a lo que queda de lo que un día gobernó Gadafi y se cuelan en las ruinas del Ministerio del Interior. Ahí se puede ver el centro de escuchas telefónicas, ahí se guardaban conversaciones de personas por la seguridad de la ciudadanía, supuestamente. Para más incertidumbre de lo que pueden hacer con nuestros testimonios personales, los equipos de espionaje digitales son enormes y las empresas occidentales se las han vendido a las dictaduras más peligrosas y lo más sorprendente es que es legal.
Las nuevas
tecnologías han ahogado en un mar de incógnitas a la sociedad en los últimos
años. Una dependencia disfrazada de libertad. Nos venden redes sociales y
aplicaciones por un precio
difícilmente perceptible, pero real. Nuestra privacidad tiene un valor
intangible a la que es muy difícil ponerle un precio, pero al menos debemos ser
conscientes de la existencia de ello. Aceptamos las cláusulas de privacidad sin apenas
leerlas, regalamos nuestros datos y una vez dentro, comienzan a saquearnos con
consecuencias todavía desconocidas.
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