Sheila Algarra
Más allá
de dictámenes poco fundamentados sobre mi apreciación acerca del último
capítulo de la serie Black Mirror, quiero dejar plasmado que cualquier fanático
de la misma tendrá siempre una valoración positiva. En otras palabras, Charlie
Brooker puede sonreír, todos le vamos a dar muchos likes. Y la explicación es muy sencilla. Black Museum es justo
lo que parece: un museo de la serie. La sucesión de capítulos de la serie
inglesa destaca por la fidelización de su audiencia, por lo que evidenciar
dentro de tu propio trabajo su fenómeno fan es una buena estrategia.
Emocionarse por escuchar “San Junípero” no es propio de un giro deslumbrante,
de un hilo argumental mágico o de una actuación desorbitada. Aun así, considero
que nos encontramos frente a uno de los capítulos más increíbles y que más invitan
a la reflexión.
Si todavía no has visto el capítulo, te aconsejo que dejes de leer pues contiene spoilers.
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Antes de empezar con este maratón
de capítulos, ya se rumoreaba un cambio en los desenlaces, pues estos dejarían
de ser tan catastrofistas para dar paso a algunas luces del mundo digital. Tras
concluirla, todavía no tengo muy claro cuáles son.
Mi mayor duda está en el capítulo
Black Museum. Se trata de un episodio que parece de lo más cruel, que mezcla la
tecnología con los fetiches más perturbadores en un museo del crimen. Avances
tecnológicos que cambian las formas de relacionarnos pero que, a su vez, muestra
las debilidades humanas más arcaicas. Un capítulo especialmente sombrío que concluye
con un regustillo agridulce. Y no, no acaba mal, de hecho, puede que sea uno de
los más “justicieros”. Es desalmado porque a pesar de ir en la línea de las
críticas tecnológicas, es un ejemplo explicativo de algunos de los mayores dilemas
del ser humano como: ¿Qué somos?
Nos causa una angustia terrible
pensar que la ciencia, nos guste más o menos, es la mayor creación colectiva de
nuestra historia. Podemos ignorarlo o pensar que es futurista, pero hace mucho
que la ciencia nos lo demostró. Que somos la composición perfecta de recuerdos
y sentimientos. Y todos coexisten dentro de nuestro cerebro como una gran Base
de Datos. Estos sentimientos son lo más preciado que tiene el ser humano, lo
más fantástico, pero no es sombra de nada espiritual.
La cuarta temporada de la serie
se caracteriza por el amor y por ello la considero la más positiva. Todos los
capítulos tienen su héroe y como todo héroe real, también se equivoca pero que
lo daría todo por los suyos. ¿Eso no es ya lo suficiente mágico?
Afirmar no creer en nada parecido
al más allá a menudo se relaciona con escepticismo y carencias de ilusiones,
con personas con un triste porvenir. Pero en mi opinión, creer en el amor sea
fruto de la ciencia, o no, ya es lo suficiente esperanzador.
Este capítulo no solamente hace
reflexionar sobre dilemas existenciales, también sobre viejos delirios humanos
como la adicción al dolor (a nosotros y al resto) y al control.
Polémicas palpitantes en la
sociedad como la eutanasia. De cómo el mundo sigue girando, aunque dejemos de
estar presentes en su universo.
El sentimiento de superioridad de
las razas. Se dice que el racismo comenzó en la Edad Media, donde se desarrolló
un sentimiento de superioridad xenófobo con carácter religioso porque empezaron
a ser perseguidas algunas minorías raciales. En un capítulo en el que se
muestra una sociedad que ha evolucionado hasta el punto de lo inimaginable,
donde el ser humano juega a algo más que a ser un Dios, que crea y deshace vida
a su antojo. Sin embargo, a pesar de este progreso, hay cosas que parece que
nunca cambian.
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El valor de la exclusividad es
uno de los principios del merchandisig
y ¿qué hay mejor que el sufrimiento exclusivo de otra persona? El episodio
refleja un souvenir macabro que
centra la experiencia del cliente en el sufrimiento ajeno y es uno de los
momentos más demoledores y aparentemente futuristas del capítulo, pero ¿cuántas
lágrimas hay en cada prenda que vestimos?
El ideal de Justicia eternamente
distorsionado por el sentimiento de venganza también es uno de los dilemas
eternos en nuestra sociedad y no podía salir intacto.
El sexo y el dinero, el dinero y
el sexo. Dos debilidades tan presentes como eternas, pero este capítulo va más
allá de estos tópicos. Trata otras cuestiones que, aunque no nos demos cuenta,
también han estado siempre ahí, deformando el progreso, sacando lo más cruel de
cada uno.
El mundo avanza cada vez más
rápido, pero los dilemas existenciales y las debilidades humanas, primitivas y
absurdas, no han dado cabida a una evolución social. Lo que me ha gustado de
este capítulo es que no pone la tecnología como problema único, si no como una
herramienta. Nosotros somos los que tenemos el poder de decidir si introducimos
la ética en el mundo digital. Como decía Karl Popper, “no existen organizaciones éticas, solo existen personas
éticas”.
¿Y
tú? ¿Cuántos likes le das?
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